lunes, 5 de mayo de 2014

In memoriam.

Me llamo Anya Kozlov. Soy rusa, al igual que mis padres y mi hermano. Mi hermana se llamaba Katia; la asesinaron por el simple hecho de amar a otra mujer. La violaron y quemaron viva. Tenía 18 años. Esta no es mi historia, es la suya.

[...]

Era como el maldito Ku Klux Klan, estaban por todo. Y en pleno siglo XXI. No solo se dedicaban a insultar a los homosexuales, tambiés se dedicaban a apalearlos y ¿por qué no? Matar a alguno tampoco se les daba mal. Mi hermana y Tanya se amaban, eso estaba claro, mis padres lo aceptaron y las apoyaron, mi hermano y yo también, pero por desgracia me temo que éramos los únicos. Con el tiempo y el hecho de vivir fuera de Rusia, me he dado cuenta que el mundo aparte no sabe casi nada de lo que allí pasa. El país ruso, sus gentes, su cultura, sus leyes, son desconocidas para el resto de la humanidad. Es como si una barrera invisible lo separase de todo el mundo.

Ya nos habían llegado decenas de amenazas anónimas, estábamos acostumbrados ¿por qué iba esa a ser especial? Pero nos equivocamos. Era ya de noche y se escuchó un estruendo en la planta baja; lanzaban piedras contra las cristaleras. Fui corriendo a la habitación de mi hermana y me quedé con ella, abrazándola. Mis padres estaban abajo, nos llegaron sus gritos; oímos pasos que subían por las escaleras y abrían una habitación tras otra. Nos encontraron. Me la arrancaron de los brazos. Intenté forcejear, luchar contra ellos, pero me fue imposible. Me pegaron un puñetazo y me bajaron tras ella, la llevaban cogida del pelo, estirándola. Eran cinco, lo recuerdo, recuerdo todas sus caras, sus gestos, su mirada incendiada en ira. Cuando llegamos abajo, al comedor, lo vi todo destrozado y a mis padres en un rincón, abrazados; les habían pegado. Cogieron a mi hermana y la violaron, uno tras de otro, perdí la cuenta de las veces. Uno se acercó a mí y me susurró "puede que a ti no te vayan los coños, pero eres su hermana y llevas su sangre, así que nos aseguraremos". Fue el único que me violó. Después se la llevaron y lo vi. Fuera. Una hoguera. Una maldita hoguera. No podía ser real; pero lo era. La ataron de manos y pies y la lanzaron. Aún puedo oír sus gritos, sus chillidos, las risas de esos cinco animales.

Fueron juzgados, pero aún así no les pasó nada. Absolutamente nada. Simplemente quedaron libres tras pagar una cifra de dinero que ya no recuerdo. 

[...]

Prometí a mi hermana que la cuidaría, que no le pasaría nada, que jamás le harían daño, pero no pude cumplir mi promesa. Entonces juré que me vengaría. Mientras los veía frente a la hoguera reírse como hienas juré que me lo pagarían, todos y cada uno de ellos, en esta vida o en la otra.


La humanidad está suficientemente avanzada como para enviar gente a la Luna, pero no lo suficiente como para aceptar el amor entre dos personas de igual sexo. 

viernes, 2 de mayo de 2014

Fin de la función.

Se baja el telón. Acabó la obra. La función ha sido un éxito, aunque no se puede decir lo mismo de su vida. El teatro se va derrumbando con ella dentro, pero da igual, la chica hacía ya tiempo que estaba en ruinas.
Despojos, despojos del tiempo es lo poco que queda. Recuerdos a retales, a parches. Recuerdos cogiendo polvo en algún rincón olvidado de la memoria. Una partitura yace sobre el atril, con una melodía inacabada que nadie jamás oirá. Un cielo rojo sangre como si el propio Zeus le arrancase el hígado a Prometeo.
La lluvia apaga poco a poco el incendio de su mente. Pero no queda nada. Nada. Ni espacio. Ni vacío. Simplemente nada.
Y ahora llega su final, el final de su función. Entre ruinas y cenizas ella se despide. Y el público lanza crisantemos a sus pies.